¿Qué dicen de nosotros?
Hace algo más de unos cuantos años, conocí a Alberto González, fue mi profesor y mi maestro de Lengua y Literatura. Después de algunos lustros, gracias al cine, a las ya no tan nuevas tecnologías, a “El escritor sin Historias” y a “Los Dioses que no existen”, nos volvimos a encontrar y pudimos disfrutar de su palabra y de su mordacidad dialéctica.
Los designios del destino quisieron que me comprometiera para dar un discurso, como madre de alumno, en el discurso de graduación de mi hijo, 4º de ESO, 15/16 años, madres, padres, abuelos, maestros…. y mentes inquisidoras.
Lo primero fue pensar qué quería comunicar y lo escribí como años atrás me habían enseñado, ya sabéis quién, y lo segundo fue pedir ayuda y ya sabéis a quién. Gracias a PAM, a los consejos de Alberto y a sus correcciones, pude lucirme, principalmente ante quién más me importaba, mi hijo, pero también ante el resto del público, fue como opositar y salir con las felicitaciones del tribunal. Los miedos y los complejos se me quitaron al pensar en una de las lecciones publicadas aquí (PAM) sobre la inmunidad y la impunidad del orador.
Desde este rol circunstancial que tuve que asumir, como madre que tiene que dar un discurso ante su hijo adolescente y sus amigos, sus maestros y los padres de sus amigos, la ayuda de PAM (Alberto y Gala González) fue una balsa en medio del océano. Mucho más cuándo jamás he discursado fuera de casa, (en casa doy un discurso todos los días, pero no me escuchan).
GRACIAS, ALBERTO Y GALA.
Conocí a Gala González hace años, cuando yo dirigía el Festival Internacional de Cortometraje y Cine Alternativo de Benalmádena. Gala fue nuestra coordinadora de prensa del festival. Entre sus tareas estaban las de redactar notas de prensa, convocar a los medios a las ruedas de prensa, crear contenidos para facilitar la labor a los periodistas acreditados, mantenerlos informados de cambios de última hora y hacer un seguimiento del impacto mediático. Cumplió con los objetivos marcados con creces, rigor profesional y puntualidad germana.
Años más tarde, recurrí a PAM palabras a medida para que realizasen la revisión y la corrección de mi novela “España: Guerra Zombi” y debo decir que quedé más que satisfecho. En la actualidad, con la nueva hornada de escritores indies en ebullición frente a la crisis y con la saturación del panorama editorial, resulta vital el enviar los manuscritos en un formato listo para impresión. Sucede lo mismo con ebooks en el caso de plataformas de venta online.
Recomiendo la solvencia y buen hacer de PAM palabras a medida. Yo repetiré con ellos, sin duda.
Fluye. Su prosa fluye natural, viva, con el gusto de ser ella misma, jubilosa de sentirse propia, suficiente, palabra que se funde con lo más diáfano y sencillo del vivir: sentarse a la orilla de un café y ver, silente, el discurrir del día, la repetición de gestos y saludos, el cambio de luz y sombras, de nuevo, la indagación en los estantes del supermercado y el fingir desmesura, sorpresas y cordialidades meramente por existir, andar a casa, volver al sitio, sentir la ocupación del vacío en el corazón, la inevitable desazón de saberse humano, familiar y solo, victorioso y vencido, tumbo y firme.
Sí. Fluye. Sí. Es posible. Fácil y diáfano. El mundo está en la palabra, yo estoy en el adjetivo, la vida en el adverbio, en el verbo está la fecundidad, en los pronombres, el amor. Fluye, este milagro fluye. Si uno se atiene a lo que vive, a lo que sabe y a lo que sueña, y se detiene en aquellos fracasos, aquellas deficiencias, la elección es fácil, casi inmediata, esta palabra por esa, aquélla que abandono por ésta que acojo con pasión, como cuando escribe-vive Alberto González, todo naturalmente pero preciso, fluido y hermoso, R.B.
Soy Marisa y soy portuguesa. Hace un año tenía un proyecto: dominar el idioma de España. Escrito y hablado. Recurrir a las clases de Gala fue la mejor decisión que he tomado. Entre muchas opciones, la he elegido por su pasión por la lengua y por su motivación a que uno siga siempre adelante.
Necesitaba de una persona joven con capacidad de comprender de inmediato mis fallos al mismo tiempo que me diese las herramientas adecuadas para avanzar. Trabajamos continuamente en la parte escrita. Todas las semanas corrige mis textos y después los analizamos fijándonos atentamente en los errores y en la sintaxis. Y en la parte hablada, me escucha y me advierte de mis fallos de pronunciación, ¡insistiendo hasta que lo logre!
A día de hoy sigo aprendiendo con ella porque sus dinámicas me ayudan a superarme cada día, sintiendo con mucho más confianza y soltura en hablar y escribir castellano.
Porque más importante que saber hablar y escribir un idioma es saber hacerlo correctamente bien y con Gala yo aseguré lograr mi proyecto.
‘El escritor sin historias’, de Alberto González. (ETC Libros, 2014)
Resulta revelador el modo en que durante el último medio siglo la literatura de ficción ha hecho de su propia génesis su material predilecto. Recursos como la autoficción, la autobiografía fantástica y demás confluencias entre el registro veraz y la proyección de la imaginación ya venían resultando familiares al lector desde mucho antes; lo singular es el modo en que la novela, género nacido como signo de la ambición por contar el mundo, ha ido prescindiendo de todo lo externo a su propio procedimiento hasta considerarlo prescindible.
El escritor contemporáneo es consciente de que el mero hecho de sentarse a escribir contiene, cultural y simbólicamente, recursos más que suficientes para contar prácticamente cualquier cosa. La acción viene determinada por la propia escritura, y el proceso termina siendo tanto o más relevante que el producto.
En este contexto, El escritor sin historias, la primera novela de Alberto González, encierra algunas claves tan necesarias como inéditas. Su título no llama a engaño: todo lo que aquí se cuenta nace del impulso de vencer a la página en blanco acudiendo a lo que se tiene más a mano. Lo importante no es sobre qué escribir, sino escribir: y aquí, González, en muchos sentidos, le da la razón a Flaubert, que en su momento habría excitado las mismas polémicas si hubiese presentado al público El escritor sin historias en lugar de La educación sentimental.
Sospecha el lector, a medida que lee, que entre las estampas cotidianas ambientadas en el espacio doméstico, el supermercado o un rodaje en México (el Alberto González actor responde con la cadencia exacta a las exigencias del Alberto González escritor), surcadas por personajes deliciosos como Madame Brun, las nietas ucranianas, la cajera como trasunto de las musas y el porquero mitológico como trasunto del mismo escritor, se despliegan lo vivido y lo soñado, la experiencia y el delirio. Pero esto es lo de menos.
En El escritor sin historias están Sebald, Perec y el Torrente Ballester de Yo no soy yo, evidentemente; pero lo que hace de esta novela un hito es su espíritu cervantino, infatigable y prodigioso. Así sucede en la presencia del escritor desconocido, que bien pudiera llamarse Sidi Hamete Benengueli, con todas las letras; en el humor, alzado desde la firme vocación de deleitar; y en la existencia diaria atribuida como permanente aventura, excitante odisea, maravilloso combate.
Sí, Alberto González ve gigantes donde otros se aburren con sus molinos de viento. Y esto hace de él un escritor imprescindible.